Reflexionando #1 Mens sana in corpore sano
Hola, soy Alejandra y bienvenidos a mi TED Talk sobre cómo el deporte y la alimentación saludable me han cambiado la vida.
Hace exactamente diez meses decidí dar un cambio a mis hábitos alimenticios y a mi estilo de vida. Empecé a hacer eso que solemos llamar —erróneamente— dieta y a practicar deporte de manera diaria. No voy a mentir ni a darme ínfulas de mujer deconstruida en lo que se refiere al aspecto físico —al menos no en ese momento—, ya que la decisión estuvo influida por los malditos estándares de belleza femenina que nos impone la sociedad.
Sin embargo, estos diez meses han supuesto toda una revelación en muchos aspectos y, por mucho que pueda sonar a cliché, mi vida ha cambiado radicalmente. Por ello, quería dedicar esta primera publicación de la sección #Reflexionando para compartir mi experiencia personal. Espero que pueda servir a alguien.
I’m feeling good
Me gustaría empezar esta perorata de reflexiones con una TED Talk de la neurocientífica Wendy Suzuki que trata acerca de los beneficios tremendamente positivos que tiene el ejercicio físico en el cerebro (podéis poner subtítulos en español si lo necesitáis). En resumen, lo que nos cuenta la doctora Suzuki es que la actividad física tiene un impacto directo en el humor y en la memoria, factores ambos que protegen al cerebro de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Y sí, está demostrado que el ejercicio físico mejora el estado de ánimo porque supone la liberación de endorfinas. Las conocidas hormonas neurotransmisoras que, en resumidas cuentas, hacen que nos sintamos bien. Solo esto debería ser razón más que suficiente para intentar tener una vida más activa, pero, en mi opinión, el problema radica en el sistema y en el modelo de consumo —lo iré desgranando más adelante—.
Prácticamente desde las primeras semanas o, incluso días, comencé a notar un gran cambio en mi humor y en mis estados de ánimo. A medida que trascurrían los meses no se trataba solo del ánimo, sino que mi cuerpo se sentía infinitamente más activo e, incluso, a día de hoy “me demanda” actividad física. Los días en los que, por trabajo, no puedo andar tanto como me gustaría o en los que, simplemente, carezco de tiempo para un entreno o una carrera, lo noto a varios niveles: primero, por esa sensación de necesidad de movimiento y, segundo, porque la calidad de mi descanso empeora ligeramente.
En mi caso el tipo de actividad física que he introducido ha sido el entrenamiento de fuerza, primero en el gimnasio y ahora ya en casa con pesas y un banco de musculación, y, recientemente, el entrenamiento de carreras por el parque de mi ciudad. Suelo realizar 4 entrenamientos de fuerza, de entre 30 y 60 minutos de duración, y 4 sesiones de carreras de unos 30 minutos de duración a la semana. Otro día puedo hablar también de lo increíblemente adictivo que me ha resultado eso de salir a correr. Lo desafiante que resulta a nivel mental y físico, en ese reto con uno mismo. Bueno, no me pondré en plan Murakami pero sí aprovecho para citar una de sus grandes frases:
"En una carrera de larga distancia el único oponente al que tienes que vencer es a ti mismo" - Haruki Murakami.
Aunque no me guste hacer esta relación, el ejercicio también ha aumentado mi productividad y mi capacidad de concentración en el trabajo. Y digo esto porque soy consciente de que vivimos en una sociedad que nos obliga a producir constantemente. Una productivitis que está haciendo mella en la salud mental de las personas. Presión y autoexigencia que nos pueden llevar al estrés y a la ansiedad. Pero bueno, sigamos con lo que aquí nos compete.
Romper con el sistema
Este cambio de vida y mi nueva realidad de actividad física me han llevado, inevitablemente, a cuestionarme el modelo de ocio en el que vivimos. “Nos vamos de cañas”, “quedamos a tomar unas copas”, “nos vamos de afterwork”. Todas vienen a decir lo mismo: quedar para beber, pero de una forma que está socialmente aceptada. No pretendo convertir este post en un debate sobre la normalización del alcohol en las sociedades actuales —para eso os recomiendo el episodio 8 del podcast ‘Abro Paraguas’—, pero sí quería llamar la atención sobre el tema aunque fuera de manera breve.
En estos últimos meses he eliminado el consumo de alcohol casi por completo de mi vida, reduciéndolo a esporádicas ocasiones —muy, muy esporádicas—. Mi intención no es demonizar el alcohol, pero es importante que seamos conscientes, y consecuentes, con lo que ingerimos. No es saludable beber alcohol. Ni siquiera una copita de vino. Nada. Niente. Y se pueden encontrar numerosos estudios al respecto —pero de los de verdad, no los pagados por el lobby vinícola—.
Lo más llamativo es que lo considerado como raro es no consumir alcohol, cuando debería ser al revés. Algo parecido sucede con la alimentación, ya que hemos aceptado socialmente la expresión “estar a dieta” como lo extraordinario, cuando en realidad se refiere a llevar una alimentación saludable sin alimentos ultraprocesados, ni azúcar, ni grasas saturadas. Sin embargo, usamos expresiones como “comida rica” o “darnos un capricho” cuando nos referimos a esos guilty pleasures que no son más que comida basura —que nos producen tanto placer por los aditivos que llevan—.
¿Y por qué os doy este sermón sobre el alcohol? Pues retomo lo que decía al principio de esta sección sobre el ocio. En estos meses he aprendido a disfrutar de formas de ocio que no dependan de la sociedad de consumo. El modelo actual nos quiere presos de una rueda que nunca para y en la que todo es inmediato. Pero también se puede encontrar placer y disfrute en cosas sencillas que no requieren consumir productos o servicios. Ocio que nos conecta con la naturaleza; de la que parece que nos hemos olvidado. Y me refiero, claro está, a las rutas por la montaña, a descubrir pozas y ríos en los que tomar un baño, a hacer kayak, a paseos por la playa, a jugar al fútbol, a sentarte a leer en un parque.
La vida es movimiento y el movimiento es vida.
No recuerdo dónde leí esta frase, ni a quién pertenece, pero es un gran mantra que deberíamos grabarnos a fuego. La realidad es que el cuerpo humano está diseñado para moverse. Genéticamente necesitamos movimiento y un alto nivel de actividad física para que nuestro cuerpo funcione correctamente y estemos saludables. Y esto no me lo estoy inventando; podéis encontrar numerosos estudios al respecto —os dejo este de Scientific American—.
Sé consciente de lo que comes
Wetaca, Uber Eats, Just Eat, Menu Diet, Getir. Vivimos en la era de la uberización en la que se consume a domicilio. La comida, la ropa, la tecnología, el entretenimiento. Tan solo necesitamos hacer un clic y, chas, ¡carrito pagado! A esperar apenas unos minutos o un día, y tenemos en nuestra casa cualquier producto. Todo ello envuelto en eslóganes que apelan a la importancia de ahorrar tiempo. Pero, ¿tiempo para qué? No es tiempo para hacer ejercicio o para estar con amigos o familiares. No. Por supuesto, se trata de tiempo que dedicar a la productividad.
El tiempo es nuestro bien más preciado, sin duda, pero también merece la pena invertir ese tiempo en preparar aquello que comemos. Hemos dejado de lado esa sensación tan placentera de manipular los alimentos y que, además, nos conecta sobremanera con nosotros mismos y con nuestro entorno. Nos hace conscientes de lo que preparamos. Dejar de cocinar nuestros alimentos nos priva de esa satisfacción y ese orgullo que se sienten después de cocinar un plato.
La instantaneidad del sistema y el modelo de consumo nos llevan a no valorar lo que comemos. A no dar importancia a los alimentos que ingerimos. Si nos paráramos a leer con detenimiento las etiquetas de los alimentos que compramos —o que pedimos a domicilio o en el restaurante de turno, lo mismo da—, alucinaríamos con la cantidad de aditivos que llevan. ¿Y esto es de por sí malo? Pues la realidad es que existen infinidad de estos aditivos que tienen una naturaleza extremadamente adictiva. ¿Por qué? Sencillo. Para que consumamos más.
Y no se trata de no comer nunca fuera de casa o de no pedir nunca a domicilio. Nos condenaríamos a vivir en una cueva. Deberíamos ser conscientes de lo que comemos —y sobre todo consecuentes, como ya he dicho antes—. Y tendríamos ser capaces de tomar las mejores decisiones alimenticias para nuestro cuerpo. Eso es algo que he podido experimentar en estos últimos diez meses. Preparar la comida de la semana los domingos se ha convertido en todo un ritual que me hace encarar la semana de trabajo de mejor humor. El batch cooking o meal prep ha sido una gran revelación que me permite estar en contacto con mi comida y tener más tiempo de actividad o disfrute entre semana.
Sobre este tema reflexionaba un periodista y comunicador que me gusta mucho, Lord Draugr, en su canal de YouTube. Os recomiendo echar un vistazo al vídeo. Si os interesa la historia, la economía y la política, quizás os gusten el resto de sus vídeos.
Girl Power
Lógicamente al controlar mi ingesta calórica, comer de manera saludable y hacer ejercicio he perdido 18 kilos, que eran casi todo exceso de grasa. He pasado de tener sobrepeso a encontrarme en lo que se conoce como normo-peso o peso saludable para mi estatura. Como he comentado al principio, este cambio vino motivado meramente por la presión social de encajar en eso que llaman cuerpos normativos.
Con este post no quiero hacer apología de ello ni demonizar los cuerpos que, socialmente hablando, se salen de esos cánones. Porque no hay un único canon de cuerpo que pueda considerarse perfecto y, sobre todo, porque creo que vivimos en una sociedad profundamente gordófoba. Da igual que alguien pueda padecer trastornos mentales o enfermedades que le hayan llevado a esa situación o que sí hayan decidido tener una vida activa y se encuentren en el proceso de cambio —o que simplemente quieran hacer lo que les venga en gana con sus vidas—. La supuesta preocupación por la salud solo aflora cuando se trata de personas con sobrepeso u obesidad. A nadie le importa cuánto bebas, que te drogues o que comas McDonald's todos los fines de semana, siempre y cuando no estés gordo. Por ahí no pasan.
El ejercicio físico no debería tratarse de un culto obsesivo al cuerpo que nos lleve a tener cuerpos desproporcionados que tampoco son naturales. A lo que deberíamos aspirar es a tener cuerpos atléticos y saludables que nos permitan movernos y llevar un estilo de vida activo. Y no hay un único tipo de cuerpo saludable —o como lo llaman ahora, un cuerpo fitness—, porque la constitución corporal depende de otros muchos factores.
Algo sobre lo que he reflexionado bastante con mi pareja es la falta de actividad física que llevan a cabo las mujeres. Desde el colegio y el instituto ya vemos una brecha de género entre los niños y las niñas, siendo los niños los que más espacio ocupan en el patio del colegio y los que más se ejercitan. Tal y como muestra un análisis realizado por un estudio de arquitectura. Una brecha que comienza a una edad muy temprana y que, tristemente, se mantiene hasta la vejez. Por suerte, es algo que poco a poco se va equilibrando, pero todavía queda mucho, mucho camino por recorrer.
A las mujeres nos dicen desde niñas que debemos estar delgadas. No atléticas ni fuertes. Delgadas. Para seguir siendo seres frágiles y manipulables que responden a un canon de belleza completamente irreal e inalcanzable que provocan una pésima relación con la comida, así como numerosos trastornos alimenticios y mentales. Sin duda, si solo pudiera destacar un único aspecto positivo de este cambio físico sería la seguridad que me ha otorgado en mi misma y la sensación de sentirme capaz de cualquier cosa. Esos momentos en los que estas levantando pesas o barras te sientes más poderosa que Nathy Peluso.
Por supuesto, no se trata solo de ese subidón de energía. Actualmente podemos encontrar infinidad de estudios que evidencian los beneficios asociados a la realización de entrenamientos de fuerza:
Aumento de la densidad ósea. ¿Cuántas personas —principalmente mujeres—mayores padecen problemas de huesos? A medida que envejecemos se reduce la densidad ósea, es ley de vida. Pero al realizar entrenamientos de fuerza sometemos a los huesos a un esfuerzo, lo que indica al cuerpo que necesita mantener la masa ósea.
Aumento de la masa muscular. ¿Somos conscientes de que son nuestros músculos los mueven nuestro cuerpo diariamente? La masa muscular ayuda a sostener los huesos y las articulaciones, reduciendo el riesgo de lesiones, pero también mejora la salud cardiovascular ya que logra que el corazón bombeé mejor la sangre.
Reduce la grasa corporal y la visceral. Debo reconocer que jamás había oído hablar de la masa visceral hasta que empecé a interesarme por mi estado físico. Se trata de aquella grasa que rodea los órganos y está directamente relacionada con una ristra de enfermedades, principalmente las cardíacas.
Podría seguir, pero creo que la idea ha quedado clara. No se trata de un estándar de belleza. No se trata de tener una u otra talla de pantalón. Es nuestra salud lo que está en juego y, por desgracia, la sociedad en la que vivimos nos ha convencido de dejar de lado lo más importante que tenemos: la salud.
Algo curioso que me ha sucedido también es que mis ganas de socializar han aumentado. No me considero una persona extremadamente sociable y me encanta disfrutar de mi soledad y de los momentos conmigo misma. Confieso que soy una persona bastante tímida, algo insegura, y siempre me ha costado mucho conocer gente y hacer amigos. Pero, creo, que ese aumento de la autoestima, me ha permitido ser menos rígida en lo que respecta a las relaciones sociales. Una seguridad en mi misma que también se ha traducido en dejar de lado el qué dirán y a no dudar de mi propia voz.
Con este post no busco evangelizar a nadie, ni tampoco tengo intenciones de alardear de lo que he logrado —aunque, por supuesto, es algo de lo que estoy tremendamente orgullosa—. Antes de dar este cambio se podría decir que el sedentarismo era mi modo de vida y el food delivery mi sustento alimenticio. Desde el bachillerato no había practicado ningún tipo de deporte. Eso sí, han sido muchos los intentos fallidos de “hacer dieta” e ir al gimnasio.
Ya fuera por falta de voluntad o por un estado emocional que no me permitía hacer nada, a las pocas semanas claudicaba y volvía a lo mismo de siempre. No sé qué hizo clic, pero algo cambió. No me considero una persona muy mística que pudiera decir que las cosas pasan cuando tienen que pasar, pero sí creo que pasan cuando estamos preparados.
Y, bueno, hemos llegado así al final de esta interminable reflexión —o casi epifanía— que quería lanzar al vacío infinito de Internet. Para aquellos y aquellas que estéis tras esas pantallas, espero que os haya gustado y me encantaría conocer vuestras opiniones y experiencias.
¡Buenísimo post! Llevo más de tres años entrenando casi a diario, tengo una vida medianamente activa, prácticamente no bebo alcohol y como bastante saludable, aunque no perfecto, y como dices, al final acabas siendo tú el raro por hacer lo que debería ser normal para el ser humano, incluso hay quien te dice que "no es saludable"... pero bueno, bajo mi punto de vista, creo que simplemente lo hacen para ellos sentirse mejor porque no son capaces de tener esta disciplina y actuar pensando en el largo plazo.
Muy bueno. Comparto todo lo que dices. Yo llevo un año y medio desde que dejé por completo el alcohol y ha sido de las mejores decisiones de mi vida. Además, claro, estoy dándole full al gimnasio y comiendo bastante sano (aunque el consumo de dulces y cosas así de vez en cuando “me ataca”.
Por si te interesa, te dejo el link con el video de mi canal donde cuento mi experiencia sobre dejar el alcohol. Saludos.
1 Año sin probar el alcohol: ¡Te cuento cómo lo logré!
https://youtu.be/xYvW2w9M--c